martes, 13 de marzo de 2012

NEGRO, ROJO Y AZUL - Sergio Coello (Ensayo 12)


Hemos convenido en colgarle la etiqueta negra a un género literario y cinematográfico que explica mejor que ningún otro las luces y sombras de la marcha del mundo a lo largo de los últimos cien años. Me refiero a esa narrativa y ese cine que hablan del abuso de poder sobre el más débil; que no es siempre el más pobre, como se tiende a pensar, sino el que tiene menos armas para defenderse. Y que denuncia el sexo como negocio y la violencia como recurso generalizado para llegar a la meta antes que el resto de los corredores. Desde luego, nada que no hubieran contado antes las tragedias griegas de Esquilo o los dramas de William Shakespeare, aunque se le añadieron el vértigo de los rascacielos de cristal y acero, la belleza de las luces de neón y la música de saxo, el giro vertiginoso de las ruletas en los casinos, la fascinación por unas mujeres que besan con las uñas y ese respeto miedoso hacia tipos de hielo que argumentan sus causas con armas del nueve largo.
El invento tuvo dos padres políticamente incorrectos y heterosexuales; Samuel Dashiell Hammett y Raymond Chandler y a ellos les debemos el tremendo aliento poético de unas metáforas geniales sobre el hombre y el crimen, cierta ética rabiosamente personal y aquellos magistrales diálogos, brillantes y afilados como la punta de diamante de un cortavidrios.
Detrás de Hammet y Chandler ─dos grandes autores de la literatura universal despreciados por esos exquisitos que se deleitan con cierta literatura con conciencia social más falsa que un billete de cuarenta y dos euros─ vinieron todos los demás. Claro que casi ninguno llegaría tan lejos. Entre la novela “El sueño eterno” y la trilogía cinematográfica de “El padrino” hay a disposición de la gente una inmensa colección de libros y películas que explican las reglas del juego por las que se rige nuestro mundo, en general ─y España, en particular─ bastante mejor que ciertos libros de Historia de última hora, que vienen a ser todos un mismo cuento de ficción titulado “Nosotros, los buenos y ellos, los malos”.
Cada vez que abrimos hoy un diario de tirada nacional para leer a sus columnistas; cada vez que encendemos la televisión de cualquier cadena para sufrir uno de sus telediarios, algún debate de actualidad o un documental sobre el pasado lo que se nos muestra es pura chatarra ideológica, una mezcla oxidada de sectarismo y banalidad moral.
Esta moderna ola de linchamientos verbales contra el otro que se ha impuesto por tierra, mar y aire tiene mucho de foco mental infeccioso; de cepa de virus contra el sentido común y la inteligencia básica, dos cualidades imprescindibles para que un ciudadano ejerza realmente la libertad.
Hay tantas campañas ─y contracampañas─ ametrallándonos desde los medios, tantas consignas de adoctrinamiento disfrazadas de titulares de prensa, que ya se nota la subida de temperatura en el cuerpo social. Esta especie de calentura no es exactamente la de aquellos tiempos gangsteriles en los que imperaban la ley seca y las matanzas del día de San Valentín pero recuerda bastante a la fiebre alta que aparece cuando el organismo nos anuncia alguna enfermedad seria.
Nos habían contado que la Transición era la vacuna perfecta contra la vieja enfermedad española del guerracivilismo mental pero no era cierto. En realidad, el consenso consistió en sustituir a los médicos por químicos encargados de incubar los microbios a largo plazo.

1 comentario:

  1. Gracias, Sergio por publicar este artículo; es un análisis serio y muy actual de esa relación entre los tres colores y sus "virajes" tornasolados. Almoronía es un blog vivo y, como hizo Dashiell Hammett, ha de "arrojar el jarrón veneciano al callejón" , en palabras textuales de Chandler

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