Voy al trabajo y una sonrisa confusa se extiende en mi cara, la vida arroja sorpresas que nos hace amarla cada día más.
En los doce años que llevamos casados, Irene ha sido un contrapunto a mi natural precipitado,inquieto y activo, proporcionándome calma quietud y placidez de modo que mis llegadas a casa eran sumergirse en un remanso de paz.
Irene trabaja desde hace dos meses en un bufete de abogados y por una causa u otra se ve obligada a trabajar hasta muy tarde, de modo que llega a casa agotada y tras cenar se marcha a la cama de tal modo que cuando, tras retirar y revisar todo, llego al dormitorio duerme profundamente estando sus ropas desparramadas por el cuarto de baño.
Anoche tras recoger sus ropas y ver que está renovando su lencería la encontré, como últimamente, dormida de cara a su lado; yo también caí cansado, había tenido un día agitado en el trabajo.
Entre sueños percibí que se aproximaban a mi espalda, era el cuerpo de Irene que se ajustaba a mí y suavemente comenzaba a acariciarme. Sin mediar palabra, se subió a horcajadas sobre mí y sentí su calor húmedo, a la vez que albergaba mi miembro en ella; instantáneamente me desperté como un centinela.
Inició un balanceo hacia adelante y atrás a la vez que me insertaba en su placer. Sus pechos liberados de ataduras quedaban a la altura de mi boca y mis manos comenzaron a amasarlos intentando hacer uno el ritmo de mis caricias con su lento trotar.
Poco a poco el suave trote fue convirtiéndose en un galopar rítmico y exigente, mis labios buscaban con avidez sus duras y rojas cerezas.
Para cuando empecé a sentir el fuerte rugir de nuestras respiraciones mi boca ocultaba y mordisqueaba la suya a la vez que mis manos no soltaban sus pechos.
El ruido entrecortado surgió de algún sitio entre nosotros y fue “in crescendo” hasta convertirse en una explosión de gritos, jadeos, llantos y suspiros.
Su mirada comenzó a enfocar de nuevo y yo me vi, pequeño y acalorado bajo ella.
Antes de que pudiésemos decir algo el estridente sonido del despertador nos sacó de nuestro ensimismamiento para devolvernos a nuestra realidad.
El afeitado, la ducha, hacer la cama corriendo, tomar un café y salir pitando todo fue uno.
Esta noche, cuando llegue a casa, hablaremos...
Los airados e insistentes toques de claxon tras de mí me arrojan a la cara que el semáforo ya está en verde.
Cuando le pida explicaciones yo comenzaría diciendo eso de..."Y cómo es él? En qué lugar se enamoró de ti?..." El relato nos invita a juzgar al personaje femenino a partir de ciertos comportamientos sutiles de ella, participando así en las conclusiones finalesdel protagonista. Me ha gustado mucho. Felicidades.
ResponderEliminarEspléndido relato que mezcla el erotismo con esa sensación agridulce que nos invade cuando descubrimos que el paso del tiempo es un sepulturero tan lento como eficaz para enterrar el amor conyugal. Me ha recordado algo a uno de los CUENTOS ERÓTICOS, aquella película compuesta de varias historias que dirigieron otros tantos cineastas españoles de la generación de la Transición. La historia a la que me refiero se llamaba EL AMOR COTIDIANO y fue dirigida por el director (y crítico de cine) Enrique Brassó, ya fallecido, al que traté en aquellos años. Allí se nos contaba en quince minutos de cine lo que José Diego ha hecho aquí en dos minutos de literatura. Está visto que, a veces, una palabra vale más que mil imágenes.
ResponderEliminarGracias, María José y Sergio, por vuestros ánimos y por el afecto que ponéis en estos intentos que hago de aproximarme a la realidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Maravilloso relato, bien diagramado, atrapante, hace que el lector se impaciente por leer su final, realmente bueno, me gustó mucho..
ResponderEliminarGracias por compartirlo
Un gran saludo!
Gracias por tus elogiosos comentarios.
ResponderEliminarBienvenida.
Saludos