lunes, 2 de septiembre de 2013

SANTIFICAR LAS FIESTAS (Relatos 33)

                                               
Se sentía cansado, y en el silencio se oía la voz del sacerdote que dedicaba su homilía a “el hijo pródigo”, historia oída infinidad de veces y que le inducía al sopor.
Sus pensamientos le llevaron a otros: ¿desde cuando asistía con asiduidad a misa?; recordaba su infancia, sus padres: iba con ellos, de la mano, tomaban unas sillas a la entrada y él ser sentaba cuando todos lo hacían y se levantaba o arrodillaba a la par que ellos; le habían enseñado a “signarse” y “santiguarse”, maneras de poner la mano sobre sí mismo: su frente, sus labios, su pecho, ignoraba para qué.

Mas tarde aprendió de una manera mecánica y repetitiva una serie de preguntas y respuestas que antes de conocer su significado real le sirvieron para “hacer la primera comunión” y tener “sentido del pecado”.
La asistencia, con sus padres tenía un componente lúdico- salir toda la familia junta- pero pasó a convertirse en “precepto” a cumplir so pena de pecado mortal y el hábito se convirtió en obligación.
Ir con los amigos los domingos era uno de los pocos hechos sociales a que asistía; quedar con ellos, antes o después de misa, para ir acompañado en un caso o tomar el aperitivo después. Con el tiempo se convirtió, casi sin darse cuenta, en un punto de encuentro-en lugares mas o menos próximos- con personas que: por edad, afinidad, profesión, relaciones creaba un nexo de reconocimiento en diversos lugares.
Acompañado de sus hijos y esposa continuó la tradición y cuando aquellos volaron solos y ella falleció, la inercia le empujaba uno y otro domingo.

La obligación volvió a sus orígenes y se convirtió en costumbre- el oficiante pasó de estar de espaldas a los fieles y hablar en latín a mostrar, continuamente, su rostro a las ovejas  hablando la lengua común- todas las historias que los distintos párrocos, coadjutores y predicadores habían contado antes en púlpitos, después las exponían junto al altar- en el lado de la epístola- y él las oía repetidas sin cesar desde la infancia. Hierático permanecía oyendo en silencio, pero nada de lo que oía, ya fuese admonitorio, reflexivo, conciliador o tonante extraía de él la menor respuesta. No se sentía parte del grupo que lo rodeaba y no entendía qué le unía a aquella gente; se mostraba inmóvil o cambiando de posición pero ajeno a todo aquello que formaba su mundo alrededor.

Trabajosamente se levantó y ayudado por su bastón, lenta y silenciosamente, se dirigió a la salida.