La
había invitado a tomar café a su casa y estaba algo nervioso. No era habitual
esa sensación, acostumbraba a invitar a sus conquistas, visitas que raras veces
se repetían.
A
sus cuarenta y siete años, se consideraba un conquistador nato, tenía buena
presencia y sabía decirles a las mujeres cosas que para ellas eran señales de
interés que recibían con placer y para él formaban parte del galanteo previo.
Lo
de Ana era distinto, le había seguido la corriente pese a que ante ella había desplegado todos sus recursos, sin
embargo se limitaba a mirarle a los ojos y sonreía burlonamente.
La
conoció esperando el autobús bajo una marquesina.
Ana
era una mujer alta y atractiva, su aspecto cuidado aunque informal, su figura
escultural, su mirada interrogadora y chispeante, entre treinta y cuarenta años
y…lo más intrigante, un bolso azul marino grande e inseparable.
La
coincidencia varias veces en la parada hizo que se estableciese entre ambos una
cierta confianza.
Las
respuestas de Ana, sin ser cortantes, eran escuetas y precisas y eludía
contestar a aquellas preguntas personales que buscaban información sobre ella
misma.
Por
ello el que hubiese aceptado ir a su casa, tras varias propuestas excitaba a
Andrés y esperaba abrirle, y de qué manera, su intimidad.
A
las 5:30 en punto llamaron a la puerta y Andrés encontró a Ana con un paquetito
y su inseparable bolso azul.
-Encontré
la puerta de la calle abierta- dijo Ana.
Vestía
una blusa blanca, que realzaba su figura, con un pantalón beig y unos zapatos
del mismo color; una cazadora de ante color camel completaba su atuendo.
Si
a Andrés le parecía apetitosa normalmente ahora le hacía relamerse de gozo el
pensar en lo que vendría.
-¿Te
ha costado dar con esto?
-No,
ha sido sencillo- respondió ella.
-Pasa,
¿y esto?- dijo Andrés refiriéndose al
paquetito.
-Unos
bombones, un detalle.
-Gracias,
qué amable.
Andrés
condujo a Ana a una especie de salita, prolongación del recibidor, en la que se
podían ver dos puertas cerradas y el acceso a la cocina.
Tras
recogerle la cazadora e intentarlo, inútilmente, con el bolso, Andrés le indicó
un sofá rojo oscuro que presidía la habitación.
-Ponte cómoda, té o café.
-Café cortado- repuso Ana.
-Yo
lo tomaré igual- afirmó él a la vez que se dirigía a la cocina no sin antes
elevar el volumen de la música que apenas era audible.
La
guitarra de Mark Knopfler, junto a su voz inundó la habitación, cantaba
“Brothers in arms”.
-Te
gusta- preguntó Andrés desde la cocina.
-Sí
es bonita.
Ana
recorrió con la mirada la habitación y le pareció práctica y sin concesión
alguna a la decoración: sofá, mesita,
sillón, estantería, equipo de música y…poco más.
El
retorno de Andrés, con una bandeja y dos cafés junto a un plato de pastas y una
mirada posesiva le hizo a Ana vibrar internamente.
-¿Me
has invitado a tu casa para acostarte conmigo, verdad?- interpeló Ana
-Sí-
fue la respuesta de Andrés.
-Yo
también he venido para ello. Para qué vamos a perder tiempo, vamos ya es hora.
Sin
tocar el café, Ana se levantó y pidió
-¿El
baño? ¿El dormitorio?
Andrés
se quedó sin articular palabra y señaló en ambos casos con la cabeza.
-Espérame
en la cama- dijo Ana.
Sintiendo
que la situación se le escapaba de las manos, mientras ella entraba en el baño
él se desnudó como un autómata.
Por
un momento quiso parar todo aquello, pero las expectativas se precipitaban y la
naturaleza se desbocaba; una tremenda erección le preparaba a recibir a una
mujer a la que ni conocía ni, ahora, estaba interesado en conocer.
Ana
apareció en la puerta del dormitorio totalmente desnuda, como una diosa, sus
pechos pesados y enhiestos, su vientre plano, sus muslo firmes y tersos, el
brillo prometedor del oscuro de su monte de Venus y …su sempiterno bolso azul.
Era
el momento de los gestos y pocas palabras. Depositó el bolso junto a la
cabecera de la cama y dijo
-Yo
arriba.
Ana
tomó la verga enhiesta y brillante de Andrés, se la introdujo en la boca y tras
mantenerla unos segundos pasó a continuación a montarse a horcajadas sobre
ella.
Sentir
la humedad interior de ella hizo a Andrés empezar a agitarse e iniciar unos movimientos que Ana secundó para
convertirlos en un trote acompasado.
Los
pechos de Ana oscilaban ante sus ojos y Andrés creía vivir una mezcla de sueño
y realidad.
Cuando
el trote se convirtió en galope Ana extrajo algo del bolso que él no era capaz
ya de percibir y así mientras sollozaba de placer ella le clavaba una lezna de
zapatero en pleno corazón a la vez que decía
-NO
ME GUSTA QUE ME COMAN CON LOS OJOS.
Ana
salió del trozo de carne que la ensartaba, extrajo el punzón y entró en el baño
para salir vestida pocos minutos después. Tomó su inseparable bolso azul,
recuperó el paquete de bombones y su cazadora y al salir tiró de la puerta
hacia sí.
La
cerradura cerró con un “clack”.