Las primeras gotas de lluvia
sorprendieron a Jafet capturando, de nuevo, a la pava.
***
La situación era, al menos,
extraña; el trasiego que un día se inició estaba llegando a su fin.
Todo empezó cuando Noé, un hombre
que hasta ese momento tenía la imagen de un patriarca serio
comenzó a hablar sólo.
Iba recorriendo el pueblo en
conversaciones inaudibles que hacían pensar si no habría perdido el juicio.
A lo largo de su vida, que se
extendía seiscientos años, Noé había llevado una vida ejemplar. Cierto que se
había dormido un poco: a sus hijos Sem, Cam y Jafet los había engendrado a
partir de los quinientos años; pero el período vivido no lo había mostrado como
un orate.
Tras sus conciliábulos Noé reunió a
sus hijos y manifestó:
- Esto me ha
dicho Yahvé-
A continuación les contó una
historia de: construir un arca de madera de ciprés con unas enormes
dimensiones que habrían de alojar a Noé, su esposa e hijos y las esposas de
estos últimos.
Además en el arca irán macho y
hembra de cada una de las especies que pueblan la tierra.
Los vástagos, sólo tenían alrededor
de un ciento de años, se limitaron a mirarse entre sí y se aprestaron a cumplir
órdenes.
La construcción, por parte de Noé,
de aquella mole de madera fea y extraña despertó la expectación de los
habitantes del pueblo y sólo se hablaba de ello.
Para acelerar los trabajos, el
patriarca había traído carpinteros y calafateadores de los pueblos cercanos y
cuando el arca fue terminada fueron despedidos y regresaron a sus lugares de origen.
Los lugareños no entendían cómo Noé
y su familia trasladaban a un espacio tan primitivo sus enseres y ajuares,
junto a todo lo necesario para una larga temporada y hacían chanzas y
comentarios jocosos.
La gran sorpresa fue cuando al
abatir la puerta de entrada inferior comenzaban a subir animales de todas las
especies que Jafet, el tercer hijo de Noé, había buscado, traído y mantenido en
una enorme acampada próxima a las obras.
Al ir a cerrar el arca el recuento
recordó a Jafet que la indómita pava había huido de nuevo.