-¡Oiga…oiga! –se oye una voz.
- Sí, ¿quién es? –responde otra.
- ¿Es usted… el narrador? –vuelve la primera.
- …¿el narrador de…? –completa la segunda.
- Sí, no sé su nombre, pero creo que es usted el
narrador. Yo soy el personaje –se identificó el primero.
- Bueno… en realidad, sí. En varias ocasiones he
actuado de narrador; pero siempre en tercera persona.
- ¿Ve?, ya me lo parecía. La verdad es que ya quería
yo tener una charlita con usted –insistió el personaje.
- Pues, dígame…dígame –respondió el narrador.
- Ya que nos conocemos, o al menos usted me conoce
mucho a mí, podríamos tutearnos. ¿Le parece? –dijo el personaje.
- Por mí no hay inconveniente. Pero, ¿qué querías?
- Pues…llevo tiempo pensándolo y esperando la
oportunidad y ya que te prestas a oírme, te contaré.
- Resulta que en las historias que he vivido como
personaje no me he sentido especialmente gratificado, o sea, contento. Las he
terminado con una sensación como de insatisfacción. ¿Me sigues?
- Te sigo, continúa.
- Resulta que he estado en una habitación, en
silencio, con mi mujer y me he movido sólo para pasear al perro; he estado,
junto a un panoli en una cafetería, esperando a alguien imaginario. ¿Estás ahí?
- Sí, te escucho. Sigue.
- Como no dices nada…
- Te estoy oyendo y no quiero interrumpirte. Sigue.
- Me he paseado por una ciudad y veo un fantasma; he
ido a capturar una pava, maldita la gracia que casi me deja tuerto de un
picotazo; y así… ¿No piensas que el autor podría, a ti y a mí, situarnos de
modo que tú contases cosas más divertidas o interesantes sobre mí y yo viviese
aventuras más atractivas? –continuó el personaje.
- Pues, después de lo que has dicho, tienes razón;
porque ¿a ti qué te gustaría hacer? - respondió el narrador.
- Hombre,
pues…tomarme unas cervezas de vez en cuando, una juerguecita, a veces, no viene mal; ligar con alguna tía que me la
lleve a la cama, pero sin sustos. Porque anda que la que me lió con la
psicópata aquella…en fin, que yo quiero llevar una vida normal y corriente y no
tan trascendente.
- Chico, tienes razón, te entiendo. Pero…en confianza
¿no será que el autor no sabe colocarte en esas situaciones y ambientes porque
no sabe o es torpe para hacerlo? -sugirió el narrador.
- Pues, no se me había ocurrido, la verdad. Que sea
novato, no tenga soltura y le cueste trabajo hacer historias así.
- Otra cosa
se me ocurre. ¿Podría deberse a que las historias que cuenta son muy cortas y
necesite más espacio para tramas más amplias y diversas? ¿Cómo las novelas, de
largas? –continuó el narrador.
- No me lo creo, más bien pienso que no sabe, es de
corto recorrido y además es muy tímido para contar, sobre mí, cosas tan íntimas
o, lo peor, que tiene envidia de que yo disfrute –siguió el personaje.
- Pues es posible que tengas razón en alguna de las
cosas que has dicho. ¿Y qué crees que se puede hacer?
- Lo único que se me ocurre es que tú, que haces de
vocero de él, te desmarques un poco, le hagas dudar sobre lo que ha de contar y
lo reconduzcas. De ese modo yo podría echar una canita al aire, divertirme un poco y llevar una vida
menos especial.
- ¿No te parece?
- ¿Crees que lo podrás hacer?
- No sé, menudo marrón me dejas, pero haré lo
posible.
El silencio se instauró de golpe.