domingo, 12 de junio de 2016

SIETE AÑOS (Relatos 41)

                            
 El portillo se cerró tras él y se encontró en la calle, libre. Volvió la vista y vio como la mirilla se cerraba también.
El sol reflejaba una explanada de gravilla y a unos cincuenta metros se veía una marquesina de autobús desierta a la que dirigió sus pasos.

*  *  *
Habían sido siete años, siete. Siete años por estar en un lugar equivocado a una hora errónea.
Siete años es mucho tiempo para esperar a un padre y esposo sin recursos algunos. También es demasiado tiempo para permanecer en una vivienda sin poder pagarla mes a mes.
Durante siete años se confirma que fuera ya hacía más frío que dentro. Que en la cárcel todos los roles están distribuidos y siendo insignificante y pasando desapercibido eres ese número que ni molesta ni inquieta, que regularmente tiene asegurados una comida y un techo.
Las humillaciones y abusos de dentro no son comparables a las sufridas, encubiertamente, fuera. El poder, sin rostro y omnipresente en el exterior, tiene faz y límites entre las cuatro paredes.

                                                 *  *  *

El hombre sube el autobús que lo devolverá a la misma parada al concluir el circuito.



jueves, 2 de junio de 2016

¿ Y AHORA, QUÉ ? (Relatos 40)

  

-¡Oiga…oiga! –se oye una voz.
- Sí, ¿quién es? –responde otra.
- ¿Es usted… el narrador? –vuelve la primera.
- …¿el narrador de…? –completa la segunda.
- Sí, no sé su nombre, pero creo que es usted el narrador. Yo soy el personaje –se identificó el primero.
- Bueno… en realidad, sí. En varias ocasiones he actuado de narrador; pero siempre en tercera persona.
- ¿Ve?, ya me lo parecía. La verdad es que ya quería yo tener una charlita con usted –insistió el personaje.
- Pues, dígame…dígame –respondió el narrador.
- Ya que nos conocemos, o al menos usted me conoce mucho a mí, podríamos tutearnos. ¿Le parece? –dijo el personaje.
- Por mí no hay inconveniente. Pero, ¿qué querías?
- Pues…llevo tiempo pensándolo y esperando la oportunidad y ya que te prestas a oírme, te contaré.
- Resulta que en las historias que he vivido como personaje no me he sentido especialmente gratificado, o sea, contento. Las he terminado con una sensación como de insatisfacción. ¿Me sigues?
- Te sigo, continúa.
- Resulta que he estado en una habitación, en silencio, con mi mujer y me he movido sólo para pasear al perro; he estado, junto a un panoli en una cafetería, esperando a alguien imaginario. ¿Estás ahí?
- Sí, te escucho. Sigue.
- Como no dices nada…
- Te estoy oyendo y no quiero interrumpirte. Sigue.
- Me he paseado por una ciudad y veo un fantasma; he ido a capturar una pava, maldita la gracia que casi me deja tuerto de un picotazo; y así… ¿No piensas que el autor podría, a ti y a mí, situarnos de modo que tú contases cosas más divertidas o interesantes sobre mí y yo viviese aventuras más atractivas? –continuó el personaje.
- Pues, después de lo que has dicho, tienes razón; porque ¿a ti qué te gustaría hacer? - respondió el narrador.
 - Hombre, pues…tomarme unas cervezas de vez en cuando, una juerguecita, a veces,  no viene mal; ligar con alguna tía que me la lleve a la cama, pero sin sustos. Porque anda que la que me lió con la psicópata aquella…en fin, que yo quiero llevar una vida normal y corriente y no tan trascendente.
- Chico, tienes razón, te entiendo. Pero…en confianza ¿no será que el autor no sabe colocarte en esas situaciones y ambientes porque no sabe o es torpe para hacerlo? -sugirió el narrador.
- Pues, no se me había ocurrido, la verdad. Que sea novato, no tenga soltura y le cueste trabajo hacer historias así.
- Otra  cosa se me ocurre. ¿Podría deberse a que las historias que cuenta son muy cortas y necesite más espacio para tramas más amplias y diversas? ¿Cómo las novelas, de largas? –continuó el narrador.
- No me lo creo, más bien pienso que no sabe, es de corto recorrido y además es muy tímido para contar, sobre mí, cosas tan íntimas o, lo peor, que tiene envidia de que yo disfrute –siguió el personaje.
- Pues es posible que tengas razón en alguna de las cosas que has dicho. ¿Y qué crees que se puede hacer?
- Lo único que se me ocurre es que tú, que haces de vocero de él, te desmarques un poco, le hagas dudar sobre lo que ha de contar y lo reconduzcas. De ese modo yo podría echar una canita  al aire, divertirme un poco y llevar una vida menos  especial.
- ¿No te parece?
- ¿Crees que lo podrás hacer?
- No sé, menudo marrón me dejas, pero haré lo posible.
El silencio se instauró de golpe.



martes, 31 de mayo de 2016

PASAJERA A LA FUERZA (Relatos 39)



                                 
 Las primeras gotas de lluvia sorprendieron a Jafet capturando, de nuevo, a la pava.
                                                                       ***
La situación era, al menos, extraña; el trasiego que un día se inició estaba llegando a su fin.
Todo empezó cuando Noé, un hombre que hasta ese momento tenía la imagen de un patriarca serio
comenzó a hablar sólo.
Iba recorriendo el pueblo en conversaciones inaudibles que hacían pensar si no habría perdido el juicio.
A lo largo de su vida, que se extendía seiscientos años, Noé había llevado una vida ejemplar. Cierto que se había dormido un poco: a sus hijos Sem, Cam y Jafet los había engendrado a partir de los quinientos años; pero el período vivido no lo había mostrado como un orate.
Tras sus conciliábulos Noé reunió a sus hijos y manifestó:
- Esto me ha dicho Yahvé-
A continuación les contó una historia de: construir un arca de madera de ciprés con unas enormes dimensiones que habrían de alojar a Noé, su esposa e hijos y las esposas de estos últimos.
Además en el arca irán macho y hembra de cada una de las especies que pueblan la tierra.
Los vástagos, sólo tenían alrededor de un ciento de años, se limitaron a mirarse entre sí y se aprestaron a cumplir órdenes.
La construcción, por parte de Noé, de aquella mole de madera fea y extraña despertó la expectación de los habitantes del pueblo y sólo se hablaba de ello.
Para acelerar los trabajos, el patriarca había traído carpinteros y calafateadores de los pueblos cercanos y cuando el arca fue terminada fueron despedidos y regresaron  a sus lugares de origen.
Los lugareños no entendían cómo Noé y su familia trasladaban a un espacio tan primitivo sus enseres y ajuares, junto a todo lo necesario para una larga temporada y hacían chanzas y comentarios jocosos.
La gran sorpresa fue cuando al abatir la puerta de entrada inferior comenzaban a subir animales de todas las especies que Jafet, el tercer hijo de Noé, había buscado, traído y mantenido en una enorme acampada próxima a las obras.
Al ir a cerrar el arca el recuento recordó a Jafet que la indómita pava había huido de nuevo.




miércoles, 11 de mayo de 2016

LA ESPERA (Relatos 38)



El hombre llegó temprano, las mesas en la terraza de la cafetería llevaban poco tiempo puestas y algunas, junto a sus sillas, estaban aún apiladas. Eligió una mesa lateral y tomó asiento. El hombre no era alto ni bajo, tampoco su delgadez o gordura podrían definirlo, quizá como única característica la parka color ala de mosca que vestía.
Tras unos minutos, se aproximó un camarero.
-¿Qué le sirvo, señor?
-Estoy esperando, le pediré más tarde si no le importa.
El mozo se retiró y continuó distribuyendo mesas.
Transcurrido un largo rato
-¿Puedo traerle algo ya, señor?
-Sigo esperando- contestó de nuevo el hombre.
El camarero, algo amoscado, se alejó en dirección al interior de la cafetería en dónde los clientes a desayunar acaparaban su atención.
El hombre que se acercó a la mesa era ostensiblemente grueso, movía sus ojos en todas direcciones y se cubría con una gabardina clara hasta los pies.
-Perdón,¿usted también la espera?
Sin pedir permiso se sentó a la mesa frente a “Parka” quien tras mirarlo con reticencia decidió ignorarlo.
-Perdón...perdón, señor...¿también la espera, verdad?- inquirió ansiosamente “Gabardina”
-Sí- respondió “Parka”ante la insistencia del otro.
-La ha visto alguna vez?- reanudó el gordo.
-No lo sé...creo que alguna vez pero...como a través de un espejo- contestó displicente “Parka” a la vez que se sumergía en su estado de concentración vigilante.
De nuevo el camarero se aproximó
-¿Van a tomar algo los caballeros?- inquirió
-Un café largo, con la leche tibia y una copa de coñac- pidió “Gabardina” vehementemente.
-Tráigame un café bien caliente- ordenó “Parka” al sentirse liberado, por su compañero de mesa, de la plena atención.
El mozo tomó nota y se marchó.
La mirada de “Gabardina” recorría ansioso los rostros de quienes se aproximaban y alejaban de la cafetería a la vez que movía, negativa e imperceptiblemente, la cabeza.
-¿Cómo sabe que vendrá aquí?- preguntó, de nuevo, “Gabardina”. -Qué estúpido, se respondió, lo mismo que yo. Todo el mundo lo debe saber, solo que... no podrán venir, musitó.
El camarero trajo lo solicitado, dejó la nota y se marchó.
“Parka” continuó, tras tomar su café en un instante, sumido en su actitud vigilante.
“Gabardina” tomó su café lentamente para, a continuación, beber el coñac de un trago.
-¿Lleva mucho tiempo esperando?- dijo “Gabardina”
-Sí- contestó“Parka”
-¿Pero...vendrá?
-No lo sé.
-¿Cómo...la conoció?
-¿Importa eso mucho?- restalló “Parka”exasperado.
-Perdón...perdón...quizá soy algo indiscreto.
Gabardina puso expresión de perro apaleado y Parka se encerró en su mutismo.
El silencio se apoderó de la mesa y el tiempo transcurrió sin pausa.
-Perdón, caballeros, ¿me pueden abonar la nota?. Termino mi turno- rompió la burbuja el camarero.
Ambos observadores abonaron, estrictamente cada uno, su consumición.
La tarde fue avanzando.
-¿Cree que vendrá?- suspiró Gabardina.
-¿Quiere dejar de hacerme preguntas?, sé tanto como usted- fue la desabrida respuesta de Parka.
El silencio conquistó la mesa y el espacio que la rodeaba a la par que las luces que se iban encendiendo mostraban la otra cara de la ciudad.
-Hoy ya no vendrá- exclamó Parka, al tiempo que se levantaba. Seguidamente abandonó la terraza y desapareció entre los transeúntes.
A Gabardina una lágrima le resbaló por la mejilla y tras dejar su asiento emprendió de nuevo el camino hacia ninguna parte.


martes, 10 de mayo de 2016

VEINTE MIL VISITAS!!

Resulta que un día descubrí eso de crear un blog, allá por octubre de 2010, y a base de probar una y otra vez pude poner la reseña de un  libro.
Aquello me permitió invitar a mis amigos y amigas, Refraneros en primer lugar, a participar y escribir sobre aquello que les gustara; las entradas sobre recetas de cocina, impresiones, excursiones y relatos no se hicieron esperar y el blog fue saliendo solo.
Ha pasado bastante tiempo, las entradas sólo son 128 y los comentarios se han elevado a 170 ; pero me ha sorprendido encontrar que se han aproximado veinte mil veces a estas páginas y eso en un blog tan pequeñito, con tan pocos seguidores y  tan pocas pretensiones es un exitazo.
Desde aquí, muchas gracias por vuestro estímulo, esfuerzo y colaboración en hacer posible que sigamos en contacto a través de vuestra ALMORONÍA.
Un abrazo.

jueves, 28 de abril de 2016

SER Y ESCRIBIR Sergio Coello (Verdades sin eco)



Una persona no es solo un nombre con dos apellidos, su número de

Documento Nacional de Identidad y su última declaración de la renta.

También es muchas otras cosas: su aspecto, aquellos sueños vírgenes de su

juventud, los retos que le ha ido tendiendo la vida y el coraje que le queda

al final para aguantar la llegada de la muerte con los ojos puestos en pie.

Un ser humano, ya digo, es también los restos de su niñez, las veces que se

ha levantado después de caer, los días de vino y rosas y aquella primera

noche en que veló el cadáver de alguien cercano sin cuya presencia ya nada

volvió a ser igual. Con la madurez auténtica, uno acaba aprendiendo que

es, además, lo que se cuenta de él; las adulaciones inmerecidas que recibe y

el pan y la sal que le niegan aquellos que jamás olvidan cuentas pendientes.

En estos tiempos cuesta encontrar a alguien con criterio para compartir

esas sensaciones especiales que producen una novela, una película o un

pasaje musical que valgan la pena. Sin duda, abunda la gente que sucumbe

de la misma manera ante el dictado publicitario de la moda cultural --esa

especie de balido que suena exactamente igual en boca de la mayoría de

ovejas en el rebaño– pero otra cosa bien distinta es cualquier creación que

exija una respuesta personal y única por parte del receptor.

Personalmente detesto la mayoría del cine español que se viene haciendo

desde hace años. Y no es porque me rinda como un papanatas ante las

películas que vienen de fuera ni porque desprecie los productos nacionales.

Simplemente, me parece que en el cine español se han acabado hermanando el sectarismo ideológico de los guionistas, la falta de talento

de los directores y el desprecio a la inteligencia del espectador por parte de

ambos. Además, habría que añadir a lo anterior esa enorme cantidad de

nuevos actores a los que han enseñado a interpretar mal sus papeles y

expresarse peor todavía. Por suerte, aún nos quedan vivos grandes

intérpretes que se hicieron así gracias al esfuerzo y los años, como los

buenos vinos. También se salvan algunos –poquísimos— jóvenes.

Tampoco me gustan las películas de dibujos animados ni las revistas de

“comics”. Se trata de una enfermedad que contraje durante mi

adolescencia, hace ya muchos años. Cuando era niño disfrutaba mucho con

los tebeos infantiles de entonces, tal vez porque creía que el mundo tenía

únicamente dos dimensiones. Luego crecí y las dos universidades –la

académica y la de la vida— me enseñaron que el universo entero no es

plano, ni siquiera cúbico. En realidad, está configurado por cuatro

dimensiones y la más importante de todas ellas es invisible y se llama

tiempo.

Vivimos en una sociedad que rinde culto a la aceleración y la frivolidad

por un lado y a la dejadez y la desidia por el otro. Ciertas vidas corren

mucho para quemarse deprisa. A otras, en cambio, lo más profundo que les

pasa por la cabeza es esa escalinata donde se sientan a esperar el porvenir,

que es algo que nunca llega cuando se adopta tal postura. En la era de las

comunicaciones, el ser humano se ha convertido en un autómata solitario

que gasta su dinero fundamentalmente en relacionarse con el teléfono

móvil, el correo electrónico y la tarifa plana de Internet; aunque luego

dedique una noche a la semana a beber en manada como aquellos búfalos

que formaban estampidas sobre las tierras sioux antes de ir todos juntos a

abrevar en los ríos que bajaban de las Montañas Rocosas. Recuerdo aquel

tiempo en el que cuando una persona quería estar sola se iba al campo sin

puertas para darle patadas al aire y silbarle al horizonte. O, en el peor de los casos, buscaba la soledad haciendo una cama redonda con la gripe, un par de aspirinas y un vaso de leche caliente. El que tenía madera de héroe

incluso le hacía un hueco a la copa de coñac Peinado.

Yo creo que la facilidad en las comunicaciones nos ha servido para

muchas cosas buenas pero también ha logrado que la gente vaya

pregonando su aislamiento por las aceras. Alguna vez he escuchado sin

querer a personas que mantenían en la calle, a través de su teléfono móvil,

conversaciones que eran propias de películas porno o de discusiones entre

asesinos en serie. Y lo hacían a voces, sin importarles que les dolieran los

oídos a los transeúntes que pasaban por su lado. Es decir, como si el resto

del mundo no existiera. En realidad, se trataba de un gasto inútil; ya que

por muy lejos que estuviese el interlocutor podría oír perfectamente

aquellas voces destempladas sin necesidad de usar ese aparato como

correveidile.

Uno nunca sabe a ciencia cierta para qué lectores escribe. Menos aún,

para cuántos. Puede que te lean unas cuantas docenas de personas a las que

les gusta que digas las mismas cosas que dicen los demás de otra manera

distinta o quizá solo interese tu opinión a cuatro tipos que se crecen por

contraste con el rechazo a tus ideas. Saben que no eres de los suyos y eso

les sube la moral o les hace un poco más grandes ante sí mismos. Pero eso

en definitiva no importa demasiado porque de lo que se trata es de actuar

con franqueza y lo más cerca del límite de tus posibilidades. Por otra parte,

con frecuencia el curso del artículo cambia respecto de cómo te lo habías

planteado al principio. Salvo que no te produzca el menor pudor redactar

una columna al dictado con prosa de portavoz oficial – con unos

argumentos que suenan como jaculatorias durante un rezo desganado del

Rosario--, al final queda poco de la forma original que te planteaste al

empezarla. Y en ocasiones el resultado es mejor de lo previsto. Uno

empieza con alguna reflexión sobre cierto hecho que le inquieta o le anima y acaba dejándose enredar en una maraña surrealista. Claro que la emoción

suele estar en lo inesperado, siempre que esa sorpresa no consista en

descubrir que la empresa de mudanzas encargada de trasladar tus muebles a

la nueva vivienda los carga en una nave espacial y sus operarios son

hombrecillos verdes con tres ojos en la cara.

Desde luego lo que no he hecho nunca –ni creo que suceda ya a estas

alturas de mi vida— es rellenar un artículo con lugares comunes y frases

hechas de esas que sustituyen al pensamiento personal. La opinión

publicada y las tertulias televisivas rebosan de esa clase de discursos

dirigidos. Quizá porque la propia sociedad española de hoy está en la

misma onda; la de sustituir sus propias conclusiones por esas otras que les

venden a precio de saldo en el mercadillo político. Respecto a la defensa de

los intereses de los trabajadores, el feminismo, la justicia, el progreso, el

cambio climático, la solución definitiva al paro y los problemas de la

cultura, escucho y leo constantemente demasiados eslóganes pero muy

pocas ideas.

Tampoco soy de los que escriben resumiendo lo que sus columnistas

favoritos publican en los diarios nacionales arrimando el ascua a la sardina

que comparten con camaradería ideológica. Por desgracia, casi siempre se

trata de una sardina que lleva demasiado tiempo fuera del mar y delata su

presencia por el olor. Claro que hace falta tener narices para notarlo y

atreverse a decirlo.

En la última época del régimen anterior, la inmensa mayoría de los

españoles utilizábamos el pensamiento para aspirar a la libertad. Cuarenta

años después es evidente que gracias a la ayuda de unos partidos políticos

–viejos y nuevos– expertos en triquiñuelas de tahúr, de un puñado de

televisiones deliberadamente narcóticas y de esa enseñanza que ha

apostado porque nos den pensadas las ideas, la supuesta libertad de hoy

–tan estrechamente vigilada, por cierto-- sólo nos ha servido realmente para

destruir aquellos razonamientos que nos estimulaban a conseguirla.




miércoles, 20 de abril de 2016

EL NEODIOS Sergio Coello (Verdades sin eco)


Soy de los que opinan que este mundo está mal hecho. No puede ser que
coexistan la Quinta Sinfonía de Beethoven y el Quijote de Cervantes junto
a esos asesinos en serie con causa política que practican el terrorismo como
herramienta de trabajo. Ni es razonable que hayan coincidido en el mismo
planeta los avances de la máquina de vapor o los trasplantes de corazón y
los campos nazis de exterminio y el Gulag soviético.
Así y todo, en este mundo imperfecto se han hecho muchas cosas bien a
lo largo de los siglos. El hombre empezó descubriendo el fuego y algunos
milenios después llegaron --una tras otra-- dos guerras mundiales terribles
que llenaron de muertos y medallas a las familias pero en el largo
intermedio, la Humanidad mejoró mucho por dentro y por fuera.
Desgraciadamente, ahora se ha puesto de moda la creencia general de que
todo lo nuevo es bueno y lo antiguo malo, sin matices ni excepciones.
Peor para los que la siguen. A mí me sigue fascinando el duro y tierno
desarraigo de escritores como Jim Thompson, Charles Bukoswki o
Raymond Carver, unos tipos que escribían siempre como si estuviesen de
paso por la vida y nos avisaban de que casi nada es lo que parece. O aquel
baile de Kim Novak en 'Picnic', cuando yo era un niño frente a la pantalla
del Cine Cervantes de mi pueblo, con ansias desmedidas y pre-eróticas de
ser un adolescente hecho y derecho. Tampoco se me ha ido de la cabeza la
sonrisa de Frank Sinatra contando que hizo lo que hizo con su vida
empeñado en que siempre fuese así --a su manera—; con aquella voz
misteriosa que mojaba a menudo en un vaso con Jack Daniels sin hielo. Ni
me olvido de la belleza de Monumental Valley frente a la mirada mágica de
Susan Sharandon al final de la película Thelma y Louise, antes de dar el
único paso adelante posible en aquel desierto sin salida.
Siempre he procurado conservar en los ojos el color crepuscular de las
hayas en otoño un poco antes de llegar al monasterio benedictino de
Valvanera, en la Sierra de la Demanda; cuando la carretera que subía
desde Anguiano era un camino de cabras. Y nunca dejará de sonar en mis
oídos aquella voz de lija con miel de Lee Marvin cantando Estrella
errante, rumbo a cualquier parte, al final de la película La leyenda de la
ciudad sin nombre.
Sin duda, esas son vivencias que tienen bastantes años pero a mí me
siguen pareciendo mucho más jóvenes y renovadoras que buena parte de
las escenas de la vida actual, con su olímpico desprecio por la belleza y esa
entrega a la galbana mental y sentimental.
En esta España contemporánea hay cabezas en las que únicamente
queda sitio para recordar de mala manera un periodo sangriento y guerracivilista, 
sin referencias éticas ni vitales. Sin dedicar, qué sé yo, ni un
segundo a la memoria de aquellos soldados cabizbajos que regresaban a sus
casas en abril del treinta y nueve --vencedores o vencidos--, con barba de
tres años y con uno de sus brazos dentro del petate lleno de pulgas. O los
besos de las parejas en el andén de un tren a punto de partir con destino a
Alemania, unos cuantos años después, porque ellos estaban abocados a irse
lejos de ellas para que los hijos ganasen ---esta vez, sí-- la guerra del
hambre. Incluso ha dejado de valer como ejemplo a seguir el viejo estilo de
los pobres parados de nuestra posguerra que preferían rebuscar grano en los
trigales, después de la cosecha, antes que llevarse a casa un solo fruto de
los sudores ajenos. En la actualidad, todo aquello ya no tiene hoy otro
significado que el de ser símbolo de un tiempo muerto entre la Prehistoria y
el presente.
Últimamente abunda una cierta obsesión por reencontrarse con un
pasado que ni siquiera se ha vivido. Me refiero a esa especie de tiempo
pretérito a la carta, en el que cada cual selecciona los ingredientes que le
apetece degustar; como en los restaurantes con autoservicio. A otros con
más años --y tal vez agobiados por la velocidad del tiempo menguante en la
cuenta atrás de la vida-- les da por evocar lo retrospectivo, las antologías,
los funerales y aquellas fotografías amarillas del desván agujereadas por la
carcoma del tiempo. Prefieren creer que cualquier tiempo pasado fue
mejor, que es una mentira piadosa que siempre funciona cuando se clama
contra un presente en el que no es posible reconocerse.
A mediados del siglo pasado, cuando yo era un niño en aquella Porzuna
rural y manchega donde nací, me sobrecogían la sombra alargada del loco
Bernabé, al anochecer, clamando contra el cercano volcán apagado del
Cerro Santo y los gritos de las parturientas que estrenaban hijo. También
me angustiaba aquel infierno nacional-católico con su maquinaria movida a
fuego para ajustarles las cuentas a los pecadores en cuanto se convertían en
fiambres. Algunos curas nos decían que Dios estaba por todas partes,
vigilándonos con desconfianza, como si fuera la “vieja del visillo”. La
verdad es que, tal como están hoy las cosas, no sé si habremos salido
perdiendo con la sustitución de aquel Dios justiciero e implacable por un
poder civil actual que nos vigila mucho más --y mejor-- hasta en las
parcelas más privadas de nuestra intimidad. Además, esta moderna
divinidad política de sustitución no tiene el menor inconveniente en
enviarnos a su infierno laico sin esperar a que exhalemos el último suspiro.
Atrévase a desafiar uno cualquiera de sus doscientos mil mandamientos y
verá lo que tarda en condenarle a la multa, a la cárcel, a la ruina, a la lista
negra o a la nada del silencio administrativo. Así que podría decirse que
hemos pasado de la vigilancia de un alguacil divino a la de un electrónico
centinela universal con radar móvil y visor de rayos infrarrojos.
Seamos claros: a quienes les tienen miedo de verdad los ciudadanos
normales de estos tiempos no es a Dios --con sus emisarios-profetas y sus
zarzas en llamas-- sino al Código Penal, los decretos-leyes, las
disposiciones del Ministerio de Hacienda y las normas municipales. Esta
batería de castigos son unas tremendas Tablas de la Ley dictadas por este
Neodios ultrapoderoso y extrajuducial que carece de piedad. Un Dios
moderno y laico que ha sabido rodearse de sacerdotes políticos mucho más
listos que los antiguos apóstoles porque han logrado mantenernos
embobados con la perversa idea de que la libertad no es un derecho
personal inalienable sino uno de los servicios a prestar por el Estado de
Bienestar cuando el gobierno lo considera conveniente y siempre que
cumplamos los requisitos de su baremo oficial.
Me temo que este miedo contemporáneo a la Ley ha sustituido a la vieja
conciencia individual de antaño, que ya solo es un sentimiento troglodítico;
un vago recuerdo de la moral de nuestros abuelos, que en las noches de
tormenta confiaban a partes iguales en el electricista de la zona y en la
virgen patrona del pueblo para que no caer en el pozo de tinieblas de un
apagón general.
Me lo dijo una noche uno de esos políticos con fama de santón entre las
masas.
- “Enseguida comprendimos que los españoles necesitaban un Plan
Renove moral. Así que les convencimos de que lo de menos es subir
al cielo; es más importante subir hasta la puerta del despacho oficial
más alto. De que solo nosotros podamos entrar a él, ya se encargan
otros.”

 (Publicado en Puerta de Madrid el 12/03/2016)