jueves, 16 de junio de 2011

CÁPSULAS (Relatos 19)

Esta noche he vuelto a tener el mismo sueño. Es un sueño recurrente, en el cual me encuentro apoyado en el pretil de un edificio de elevada altura y desde el cual atisbo a toda la gente que pasa por la calle. Hasta ahí no deja de ser un sueño vulgar e incluso de “voyeur”; observar a los demás se ha convertido en un deporte nacional, con o sin la anuencia de los observados.
Pero la particularidad de mi sueño es que sostengo un rifle con mira telescópica con el que espaciada y arbitrariamente abato a algún transeunte suave y dulcemente; para el disparo aprovecho el sonido del escape libre de alguna moto de alta cilindrada o alguna de las continuas cacofonías que forman los cláxones automovilísticos.
Para evitar ser localizado, me desplazo a lo largo y ancho de la azotea y dejo transcurrir tiempo entre un disparo y otro.
El máximo objetivo de mi sueño sería el pasar ocupar las primeras páginas de la prensa por haber “liquidado” a alguien importante.
Cuando se lo cuento a mi psiquiatra, me dice con aire de suficiencia: “Tiene afán de notoriedad y una mente imaginativa; debe acostarse relajado y para descansar bien se tomará, cada noche, una cápsula de estas que le prescribo. Pídale cita a la enfermera para el mes que viene”.
Mi psiquiatra sabe, se lo he dicho yo, que trabajo en una compañía de seguros; pero lo que no le he contado, ni falta que hace, es que soy vigilante jurado, autorizado a portar armas, en dicha compañía.
Como soy muy metódico todos los días traigo al trabajo mi portafolios, en él viene mi bocadillo, mi uniforme, mis lecturas, mi arma reglamentaria, y chucherías varias; y lógicamente no pasan el escaner.
De modo que aquí estoy en la terraza de Torre Europa, frente al Palacio de Congresos. He bloqueado los accesos y me acompaña mi soñado rifle de mira telescópica.
Hoy se celebra ahí una Reunión Especial de Banqueros y Grandes Empresarios y creo que voy a empezar a ser conocido.

martes, 14 de junio de 2011

EL ALMA MALDITA DEL ARTISTA - Sergio Coello (Relatos 18)

Charly se crió en Snakeville, Australia, junto a la desembocadura del río Murray. El Murray baja desde la nieve hasta el maíz y se vuelve navegable en su tramo final, que ha pasado de mecer viejos barcos de vapor a ser pasto de especies invasoras y sobreexplotación agrícola. De niño, Charly estuvo allí formando parte de un ecosistema perfecto. Apenas recién nacido, unos aborígenes le amarraron con una cría de serpiente viva a un árbol recién plantado y los tres recibieron cuantos cuidados fueron necesarios para que crecieran sanos y fuertes.
Después un pacto secreto con el Señor de las Tinieblas hizo de él un triunfador; un actor de prestigio que suda y llora sobre el escenario hasta que las gotas mezcladas salpican a un público entregado y loco por descifrar los porcentajes de esfuerzo y amargura que contiene esa humedad sobrevenida. Charly se pregunta, a veces, si la admiración que le profesa el público no será fruto de la incapacidad general para escribir un poema de amor sublime mojando la pluma en el líquido pegajoso que guarda el secreto de la vida. O, tal vez, de la escasa disposición de las masas para escribir la mejor novela del siglo mojando la pluma en la sangre emanada de sus heridas abiertas. El diablo, sin embargo, sabe perfectamente que ese público aplaude con entusiasmo porque sólo sabe pintar la aburrida historia de todos nosotros mojando la brocha en el sudor de su frente.”

sábado, 11 de junio de 2011

EL ENCUENTRO – María José (Relatos 17 )

Hace frío. Sé que hace frío. En los entierros siempre hace frío, aunque yo no lo sienta.
Dicen que cuando morimos volvemos a nacer.
Se ha marchado, sin despedirse, como siempre lo hacía, sin una caricia, ni un te quiero. No me da pena. No siento nada. Tan solo lamento que no se haya dado cuenta de que he sido, para ella, una buena hija. Siempre la he querido, o al menos eso creo.
Sigue lloviendo. Y yo sigo sin notar el frío. Será porque toda mi vida me ha acompañado. Manuela también es su hija, pero ella sí siente el frío, y el calor, no como yo.
Daría mis mejores años, total para qué los quiero, por sentir una caricia, una ternura, un aliento, una sonrisa… una sólo. Sería tan feliz.
Me siento observada. No le conozco, pero él me sonríe. Se acerca. Me está consolando, siento su cuerpo, su abrazo, susurra un “lo siento”. No quiero estar sola. Quiero que mi vida se llene de momentos como éste. Le quiero a él.
Se ha marchado. ¡No te vayas!, ¿quién eres? ¿Volveré a verte? Si, volveré a verte.
- Mamá, te encuentro muy sola y no te necesito. Manuela se irá contigo, esta misma noche, porque yo mañana, tengo una cita.

lunes, 6 de junio de 2011

AL OESTE DE TEXAS - Sergio Coello (Relatos 16)

Es una lástima que esta tarde tengas que ir a la ciudad a renovar tu licencia de Mejor Pistolero al Oeste de Texas. Me hubiera gustado enfrentarme a ti, con mi flamante revólver y mi torpeza; a esta hora del atardecer, cuando la polvorienta calle de este pueblucho parece de oro y sangre pre­sagio de los colores de mi derrota y bajo la ventana de esa habitación en la que duerme ajena, a ti, a mí, a todo la bailarina más hermosa del saloon.