martes, 21 de febrero de 2012

UN LUNES DE CENIZA (Relatos 25)


El lunes por la mañana, cuando llegó antes de las siete de la mañana, como de costumbre, Don Asciclo a su Parroquia de Nuestra Señora del Señor del barrio de Nazaret, encontró en el soportal, junto a la entrada, un oscuro bulto que tenía el aspecto de un ser humano. 
Al acercarse le pareció que otra vez Fulgencio se había excedido con la bebida y estaba durmiendo la “mona”. A Don Asciclo le sorprendió, porque todos los días a esa hora el mendigo ya había recogido sus pertenencias y estaba presto a ocupar su lugar antes de misa de siete.
Le habían llegado noticias de que Fulgencio fue en los buenos tiempos- tan lejanos ya como para recordarlos buenos por comparación- un pequeño empresario al que las cosas le empezaron a ir mal un día y luego todo siguió a peor, como si una mano onerosa hubiera golpeado la primera ficha y el efecto dominó transmitiera ese derrumbe a todas las demás en fila india, tirando por tierra el equilibrio de su existencia. Los bancos le habían arruinado y quedándose con su casa, hipotecada por necesidades del negocio, le habían puesto en la calle. Poco antes, también había perdido a su mujer que, sintiéndose incapaz de soportar una vida más sacrificada había encontrado, a sus cuarenta y cinco años, una tabla de salvación en forma de agente de seguros, un rescatador de náufragos pertenecientes al mal llamado sexo débil que, ya se sabe, es especialista en agradecerle de mil formas distintas el rescate a su salvador.
Con cincuenta y dos años Fulgencio se había convertido en un “sin techo” y llevaba siete ejerciendo la mendicidad a la puerta de la iglesia, subsistiendo de las magras limosnas de sus feligreses.
Se había establecido una relación mínima que el párroco consideraba un mal menor, el mendigo mantenía una cierta higiene, era cortés con sus ovejas y no daba escándalos cosa que él, por el prestigio de su parroquia no consentiría. Al aproximarse observó que Fulgencio mostraba un aspecto extraño; venciendo su repugnancia se atrevió a tocarlo y notó una rigidez mortal.
Algo nervioso y asustado, Don Asciclo entró deprisa a la sacristía para avisar a la policía, no sin, antes, hacer la recomendación de: “y por favor, mucha discreción”.
Un coche camuflado y una ambulancia aparecieron de inmediato; no en vano la comisaría estaba a escasos doscientos metros, y enseguida cubrieron el cuerpo en espera del juez, con lo que todo pasó desapercibido.
La misa de siete, se dijo con un poco de retraso, pero sin afectar al oficio y sin mención, por parte de Don Asciclo, del triste suceso. Al asomarse a la puerta, después de la función religiosa, no quedaba huella alguna del hecho: policía, ambulancia y juez, habían desaparecido; sólo el vacío dejado por Fulgencio rompía la monotonía tras siete años.
Por la tarde un inspector de policía le informó que Fulgencio había sido asesinado y dado que él era la persona que, indirectamente, había tenido más relación y a la vez la más afectada, por la proximidad de los hechos, le diese a conocer aquello que supiera sobre el vagabundo; Don Asciclo se limitó a narrar la única información que poseía de su malaventurado “inquilino” y el inspector se marchó no sin dejar al pastor algo confundido y preocupado, porque ¿quien podría querer matar a Fulgencio?.
Pasaron varios días y el viernes a las cinco, como de costumbre, Don Asciclo se instaló en el confesionario para recomendar el regreso al buen camino de las ovejas descarriadas.
Doña Honorata rompió el fuego de la tarde y tras autoacusaciones de desavenencias con vecinos y familiares, consecuencia de una muy escrupulosa conciencia, fue absuelta con una ligera penitencia.
Doña Eduvigis era un mar de llanto cuando cayó de hinojos:
  • Ave María Purísima, dijo en un hilo de voz.
  • Sin pecado concebida, hija, contestó Don Asciclo.
  • Padre, he matado a Fulgencio, dijo lapidariamente la anciana
  • La habitual somnolencia que a Don Asciclo le atacaba ante doña Eduvigis se transformó en una inyección de adrenalina.
  • ¿Qué has dicho? Repite, ¿qué has dicho?
  • Entre hipidos, Eduvigis repitió la confesión: “HE MATADO A FULGENCIO”
  • Pero...?
  • Padre, usted sabe que desde que Fulgencio llegó a la parroquia yo siempre le ayudé, me producía lástima, y le proporcioné cuanto pude. Le dí toda la ropa de mi Mariano, que en paz descanse, en muy buen uso y yo lo vestía y alimentaba, amén de las limosnas que le daba, que algunas de ellas eran para vicios- tabaco, alcohol...- yo hacía la vista gorda a sus debilidades. Pero la llegada al barrio de esa...arpía...Gregoria
  • Hija, caridad cristiana... ¿qué tiene que ver doña Gregoria en esto?
  • Sí, esa vieja que llegó hace seis meses, descubrí en seguida que había puesto sus ojos en Fulgencio y con sus limosnas y zalamerías estaba consiguiendo que el pobre, que mí pobre le dedicara unas atenciones impensables...incluso alguna vez le cogía la mano para ponerle el dinero en ella. Una “lagartona”, lo que es y me estaba robando mí pobre, desde mí ventana yo veía como lo iba ganando para ella. Por eso ayer no pude más, después de verlo saludarla con mucha amabilidad y alegría después de misa de doce, me propuse acabar con aquello. Anoche, aprovechando que era oscuro y hacía frío salí con una taza de caldo, en que previamente había puesto matarratas, y se la ofrecí a Fulgencio para que entrase en calor. Se lo bebió todo de un tirón, y con lágrimas en los ojos me dijo: “Dios se lo pague, doña Eduvigis”, yo me limité a decirle: “Buenas noches Fulgencio”. Me marché a casa, a Fulgencio ya no me lo robaría nadie.






4 comentarios:

  1. Un relato que refleja la hipocresía cristiana con su falsa apariencia y su silencio cómplice con una iglesia que gira la cabeza ante las injusticias y esconde la basura bajo la alfombra. Una iglesia que aprovecha su posición para conducir a sus "borregos" por el "buen camino" de la ignorancia utilizandola como moneda de cambio para la salvación eterna. Me han encantado los personajes.

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  2. Una vez la entrada en el blog, he detectado su coincidencia con el título de la novela de Kathy Reichs "Lunes de Ceniza"; por lo que he optado por añadirle al relato un artículo indeterminado quedando como "Un Lunes de Ceniza".
    Todo sea por respetar lo ya publicado.

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  3. En este relato el personaje femenino de "Atracción fatal" está representado en versión beata. Seguramente es otro disfraz que se puede utilizar para esconder una atracción sexual meramente humana, solo que fuertemente reprimida y escondida en la trama religiosa de la caridad. Porque no todos los cristianos somos iguales, sí algunos podemos reconocer el daño que la Iglesia, como institución, va esparciendo en todos los ámbitos que quiere dominar.
    Enhorabuena por, una vez más, profundizar en el alma.

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  4. Gracias, Rosal, por tu felicitación y comentario; si bien quiero matizar, que más que de "viuda negra", con sus connotaciones sexuales, he buscado el crimen del "ángel del hogar", con esa estabilidad aparente y a la que razones de envidia, odio o sometimientos larvados le disparan un deseo asesino de venganza que nunca hubiera sospechado saldría a la superficie. Mantengo que vuestros comentarios me ayudan a descubrir contenidos , más o menos, latentes en unos relatos cuya raiz es una mirada alrededor.

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