sábado, 5 de marzo de 2016

PLOMERO Y YO (Relatos 35)







Fueron pocos los días que pasé en casa de mis tíos en Callosa de Segura; tendría trece o catorce años y dejaron en mí una huella indeleble.
En ellos conocí a “Rubio”, si bien ahora le llamaría “Plomero” ya que por oposición no era pequeño, ni peludo, tampoco blanco ni parecía de algodón sin huesos; este era un burro macho, grande de un color sucio gris plomo y de huesos bastante duros como pude comprobar.
Para un chico de mi edad en una huerta en donde el pueblo no quedabas cerca, donde los adultos -mis tíos- me consideraban un mal menor, mis diversiones quedaban limitadas a unos chapuzones en la alberca, aproximaciones más o menos receptivas, con pulgas incluidas, a los perros de raza indefinible que rondaban por allí, la existencia de otro ser al que yo podía considerar con una cierta racionalidad colmó mis deseos.
Ayudar a poner y quitar el serón a “Rubio”, tomarlo del ronzal, llevarlo a la cuadra, ponerle agua y comida, él se dejaba hacer a la vez que me miraba desdeñosamente.
En una ocasión me acerqué de improviso y el rucio dando un respingo lanzó dos coces que evité por bien poco, pero me permitió descubrir que “Rubio” tenía su personalidad.
Mis intentos de convertirme en caballero o jinete se salvaron con sendos respingos y sus consabidas respuestas.
Envidiaba y me sorprendía la enorme salud que, a ratos, ostentaba el  jumento a la vez que rebuznaba sonoramente, ambas  cuestiones  despertaban mi curiosidad científica.
Mi tío conocía las “virtudes” del asno e intentaba que mis intentos de jugar con el mismo fuesen, ya que no respetuosos, al menos cordiales.
Fuese porque yo era demasiado pesado, una mosca cojonera diríamos hoy, y mi tío estaba harto de escucharme, una mañana conseguí su ayuda para, sobre una astrosa manta colocada sobre el lomo ,montar a “Rubio” y tomarlo del ronzal.
En el instante en que aquel bicho me sintió sentado sobre su grupa se lanzó a una carrera desenfrenada dando rebuznos y lanzando coces. Mis aficiones ecuestres se convirtieron en un miedo cerval y cuando la bestia se quedó clavada de manos y yo salí lanzado sobre sus orejas creo que se rompió en mí algo más que una ilusión.
Me llevaron al pueblo, me dieron varios puntos en la barbilla en una brecha por la que sangraba como un cerdo y el brazo izquierdo quedó magullado durante una temporada. Tres días después volví a mi casa con el apósito y el brazo en cabestrillo.
Cuando al reflexionar toco mi barbilla, inevitablemente me acuerdo de “Plomero y yo”.












                         

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