viernes, 17 de febrero de 2012

NADIE VIVE ETERNAMENTE - William R. Burnett (Reseñas 29)


William Riley Burnett es el autor de los pandilleros, de los gángsteres venidos a menos que están en el declive de su trayectoria; nos muestra hombres que, próximos a los cuarenta años, han ido dejando paso a otros más jóvenes o más agresivos que ellos y han sobrevivido a los tiempos duros.
En esta novela situada en el San Francisco de 1942, en plena Guerra Mundial, un grupo de hampones en la miseria capitaneados por “Doc” Ganson, un drogadicto, conciben un golpe en la persona de la adinerada viuda de un industrial.
Pero “Doc, que un día fue elegante, no reúne el atractivo suficiente para conquistar a la dama en cuestión y sólo ha conseguido reunir información sobre la misma a través de un antiguo compañero de colegio, charlatán impenitente, que actualmente es el encargado de hotel en que ella se aloja.
Por tanto se impone buscar un “conquistador” que haga el trabajo duro.
En la ciudad aparece Jim Farrar, un antiguo gángster, atractivo para las mujeres y elegante que quiere apartarse del “negocio”, a quien “Doc” cree posible convencer para que haga el trabajo.
Lo que sucede es que Jim es demasiado inteligente y no está dispuesto a dejarse enredar sin una contraprestación adecuada y sólo si él está al mando del trabajo; en cuyo caso pagaría a cada uno de los participantes diez mil dólares, siendo el resto para él.
Ante la opción, diez de los grandes o nada, todos aceptan y Jim se pone en marcha.
Johnny, el abogado de Jim, cree que para que este último se tome interés en el negocio debe tener a su lado a Tony, su antigua chica, “que lo animará y le hará resurgir”.
Lo que se inicia como una buena red para “desplumar” a Gladys, la millonaria viuda, se va convirtiendo en una trama que poco a poco se va enredando en unos hilos: cariño, despecho, lujuria,ambición, debilidad...que en determinados momentos tensan la situación de tal modo que se augura la ruptura.
Con esta historia Burnett nos enlaza y nos va aproximando hacia una vorágine en que sus personajes van mostrando facetas que oscilan entre el heroísmo y la canallada.
Una magnífica novela que el autor de “Little César” y “High Sierra” nos regala a sus lectores.

1 comentario:

  1. Tenía conocimiento de parte de la inmensa obra de William R. Burnett ─la correspondiente a su faceta de novelista “al servicio de Hollywood”─ desde hace muchos años. Sabía que su primer éxito, la novela  Little Caesar (El pequeño César), fue muy bien acogida y adaptada al cine con el título Hampa dorada, dirigida por Melvin LeRoy. Con Edward G. Robinson, por cierto,  en el papel estelar. En Hollywood, Burnett trabajó como guionista y adaptador de más de cincuenta películas, desde (Scarface, hasta  La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle). Guiones suyos iluminaron la pantalla con el mejor “cine negro” de la época bajo la dirección de esos grandes nombres clásicos norteamericanos ─John Huston,  Howard Hawks, Nicholas Ray─ que han muerto sin herederos dignos de su inmortal patrimonio.
    Sin embargo, tuvo que ser José Diego Pacheco quién me animara a descubrir Nadie vive eternamente, en un puesto de venta de libros baratos; una de esas liquidaciones por derribo ─entre restos de la colección Etiqueta Negra editada por Júcar─ durante una de nuestras .compartidas Semanas Negras gijonesas. Resultó para mí un descubrimiento; o, mejor dicho, un redescubrimiento. Igual que esos sabores de la infancia que recuerdas amortiguados por el paso del tiempo y que, al regresar a ellos un buen día, comprendes que has sido injusto con tu propio derecho a disfrutar de la belleza real que se esconde entre los pliegues de este mundo feo y arrugado como un billete falso de cien dólares manchado de sangre.
    Todos los que intentamos aportar alguna gota de agua al océano de esa literatura sombría, espejo de la violencia humana, que es el “género negro” deberíamos tener siempre una cosa bien clara: cada vez que nos parece ver más allá de la raya del horizonte es porque estamos subidos, quizá sin saberlo, a hombros de todos esos gigantes que nos precedieron. Como William R. Burnett, sin ir más lejos.

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