La lujuriante vegetación se agitaba al ritmo de un aura matinal que hacía desperezar a los seres del bosque.
Tímidamente los rayos del sol penetraban entre las ramas de los árboles en su camino de ascenso al mediodía, senda por la que ,cansinamente, se deslizaba día a día buscando su orto.
La hermosa orquídea había abierto sus pétalos el día anterior y estaba exuberante de belleza y colorido. Tales eran sus atributos que atraída por ellos una enorme abeja se posó en sus proximidades. La abeja desconfiaba de tanto atractivo y temía encontrarse ante una terrible flor carnívora, que exponiendo sus engañosas galas aguardaba a sus incautas presas para el alimento diario.
Una primera maniobra de aproximación se saldó con un amago de posado y una vibración de los labios de la flor ante el vaivén del viento.
El segundo acercamiento, más atrevido, le permitió posar sus patitas en una de las lindas hojas que formaban la corola de la flor y le permitió aspirar todo su aroma. No lo dudó más y con el instinto de supervivencia ya perdido se abalanzó hacia el interior de su presa.
El perfume, la suavidad de sus paredes, los colores, el vibrar de sus estambres, el leve agitar de sus pétalos ante lo que suponía el ligero pero perceptible peso del insecto despertó un ansia de agotar su breve vida entre la perfectamente formada copa de la flor.
En un todo embriagado, el insecto inició un proceso que tanto para él como para la orquídea no acabaría sin cicatrices. Clavó su lengua una y otra vez en lo más intimo de la flor y empezó a succionar una y otra vez...y en cada nueva absorción se le iba la vida.
El néctar que extraía le iba emborrachando más y más del placer de la orquídea; una flor que sentía en su interior sensaciones nunca percibidas, un hurgar en ella y una mezcla de placer y dolor, un debilitamiento de su pistilo ante las caricias dolorosas que la abeja le producía en su libar interior.
El tiempo se detuvo, el sol en su ascenso se paró y furtivamente,entre las ramas, fue testigo de aquella tragedia que sólo podía terminar con el final de ambos protagonistas.
Lentamente al sol lo ocultó una nube, que avanzaba para esconder bajo su manto de oscuridad tanto dolor.
Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre una abeja que, dentro de una orquídea mustia, exhalaba su último aleteo.
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