Allen Talbert es un individuo corriente, como tantos otros que todos los días toma su autobús que les lleva a trabajar a una oficina; ni mejor ni peor, como tantos otros.
Claro que parece que lo que lo diferencia es que es padre de Bob… y que trabaja en un almacén de azulejos y material de construcción y gana 327,50 $ al mes; aunque su jefe Henley le tiene prometidos 350$.
Otra cosa que Albert muestra es que no se enfada nunca hasta que cree que alguien se ha pasado con él; entonces puede estallar y parecer desproporcionada su reacción.
Es en un ambiente de mediocridad y mezquindad donde Thompson coloca a unos personajes grises, pueblerinos, en un pueblucho en donde el Capitán (dueño del periódico local) monta un espectáculo con el asesinato de una adolescente y toda una manipulación de indicios, prejuicios y rencillas internas para acusar a otro adolescente, Bobby, el hijo de Albert. Toda la historia nos muestra lo sencillo que es iniciar una cuesta abajo desde hacer novillos hasta ser acusado de asesinato.
La impotencia de unos padres para defender a un hijo, del que todo lo ignoran, la desfachatez de un fiscal que, presionado por el periódico y en periodo de reelección, no duda en aceptar como pruebas lo que sólo son circunstancias para someter a presión a un adolescente buscando que este acepte su culpabilidad.
El final, totalmente abierto.
Una novela más en la que Thompson nos adentra en la bipolaridad y la reducción del alma humana a unos pocos instintos y a lo inerme que el hombre está cuando estos le empujan a actuar.
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