miércoles, 15 de diciembre de 2010

JAMÁS CONQUISTAREMOS BERLÍN (a Enrique Morente, In memoriam) - Sergio Coello

Música de esquina
   Era el más joven de los viejos y el más viejo de los jóvenes. Nadie cantó como él las malagueñas de don Antonio Chacón, Baldomero Pacheco y Concha la Peñaranda. Tampoco era gitano  ─bueno, sí, gitano-cónyuge, que quizá sea un grado superior de esa especie de reserva  racial y excluyente─ pero nadie como él supo recrear aquella soleá de Tomás Pavón sobre la piedra, la profundidad del mar y la pérdida y recuperación del centro del alma.
      Que los gitanos son una raza superior a la hora trágica o festera del cante es una cosa que desde siempre ha venido desmintiendo la realidad. La realidad tozuda y las voces geniales del propio Chacón, Pepe Marchena, Juan Varea, Valderrama; Carmen Linares, Mayte Martín y Miguel Poveda. El caso es que ha muerto el cantaor Enrique Morente cuando aún no le tocaba ─como les ha sucedido a tantos─ y la campana del duende se ha quedado un poco muda; como sonada, en el peor de los sentidos. Igual que un boxeador después de un golpe bajo; uno de esos puñetazos con los que ganan campeonatos los púgiles tramposos. La muerte siempre ha sido un poco fullera, felona y traidora. Ataca por la espalda a todo el mundo si exceptuamos a los suicidas, que le toman la delantera en uno de sus descuidos. Claro que quién es uno para pedirle juego limpio a la muerte como si esa fulana esquelética y segadora fuera un caballero con estudios de Oxford y el estilo de Lord Jim, paseando su heroica elegancia por la cubierta de un velero a merced de la ola de cobardismo que nos invade.
      Enrique, que nació en Granada y ha muerto en Madrid, era eso que en el flamenco pueden serlo muy pocos, clásico y vanguardista. Todo a la vez. Conviene decirlo, precisamente, en estos tiempos en los que por tierra, mar y aire se llega a la vanguardia desde la nada, la ignorancia o la copia descarada. En esto tan especial del flamenco, ya digo, Morente no fue nunca un paseante listillo de esos que se conocen todos los atajos, sino un corredor de fondo. En Granada aprendió a dar sus primeros pasos de la mano de Manuel Celestino Cobos, Cobitos de Granada, uno de los mejores, al que el sectarismo y el desconocimiento ─al alimón─ han arrinconado en el desván de la desmemoria. Luego llegaron las lecciones magistrales de Aurelio de Cádiz y Pepe el de la Matrona y ─sin duda, la suerte es para quien la merece─ su mágico acceso al tablao Zambra para compartir madrugadas con Rafael Romero El Gallina, Pericón de Cádiz, Juan Varea y Manolo Vargas. De ellos aprendió lo mejor y casi ninguno de sus defectos. Enrique Morente se ponía a cantar por tarantos de Almería, por ejemplo, y resulta que la voz se le tiznaba, ya desde los primeros ayeos, porque el carbón acudía puntualmente a la cita con su arte para oscurecer lo justo esa luminosidad de una garganta privilegiada ─limpia y ronca a un tiempo─ que siempre te dejaba el corazón a media luz y como entre dos aguas. Le he oído cantar en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares, mientras Edipo Rey se arrancaba los ojos para no ver su trágica existencia; le he escuchado cantar todos los palos en esa capilla sixtina del cante que es el aula Magna del Colegio Oficial de Médicos de Madrid y se me ha puesto la carne de gallina en el Teatro Albéniz con sus tonás dolorosamente añejas. 
   Muchos descubrieron a Morente cuando se atrevió a poner quejío flamenco a las guitarras eléctricas de Lagartija Nick y los versos inmortales de Leonard Cohen ─“Primero tomaremos Manhattan, después conquistaremos Berlín”─ con los que él empezaba su versión de la vieja historia del mundo. Yo sabía que esa cima era otra meta volante más. El cantaor granadino llevaba ya muchos kilómetros a cuestas, pedaleando sonidos negros en sus escaladas anteriores; tangos para los poemas de San Juan de la Cruz, peteneras para los de Miguel Hernández, medias granaínas para los de García Lorca y soleares para los de José Hierro. 
     Como dice esa famosa canción de Cohen, Morente caminaba guiado por una señal del cielo y con la belleza de su arte en la mano como única arma. Hace muchos años que había tomado Manhattan, acompañado a la guitarra por el mismísimo Sabicas. Nosotros, en cambio, jamás conquistaremos Berlín.




2 comentarios:

  1. Sergio, muchas gracias por utilizar Almoronía para ese excelente homenaje a ese Artista, que "la tramposa ha engañado antes de adivinarle el juego".

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  2. Interesante homenaje, aunque artistas de la talla de Enrique Morente nunca se van del todo.Su legado siempre estará acompañándonos.Un saludo.

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