El salón aparecía repleto de gente en traje de gala, el ruido era tenue, un murmullo hacía de sonido ambiente, era como una oración acompasada y continua, sin estridencias ni silencios.
Los había de pie y sentados, estos últimos distribuidos por las mesas, que situadas junto a las paredes del local permitían, a quien se lo propusiese, ocupar el centro para bailar.
Me coloqué de tal modo que podía observar cualquier persona que entrase a la fiesta, sería el primero en ver llegar a quien esperaba.
Al fondo a la izquierda de la puerta de acceso, oculta con cortinas rojas, se podía ver un estrado sobre el que un grupo formado por: un saxo, un bajo, un trompeta ,un trombón y un batería, interpretaban temas de Gershwin y otros creadores de “swing” pero el sonido era acolchado y apenas sobresalía por encima de las “oraciones” de los asistentes.
A la derecha de la puerta estaba dispuesto un mostrador tras el cual camareros vestidos con chalecos de fiesta, pajarita y camisa blanca atendían los requerimientos sin un parpadeo. Una enorme estantería respaldaba el frontal del bar en donde diversas botellas mostraban un decorado multicolor.
Los grupos de personas no mostraban el mayor interés por la música y la pista estaba invadida por grupos y parejas que vestidos de fiesta conversaban entre sí. En algún momento, por el andar o los movimientos me parecía identificar a alguien; pero su rostro no me decía nada ni sus rasgos me recordaban a nadie que hubiese visto nunca.
La enorme araña central descargaba un torrente de iluminación sobre todo su alrededor con multitud de bombillas encendidas.
No era mucha la gente que excedía la cuarentena y, mirando con atención, era elevado el grupo de quienes habían sobrepasado la tercera parte de la vida; sólo existía el contrapunto de tres o cuatro jóvenes que deambulaban siendo ignorados por el resto; aunque no era fácil detectar corrientes de aceptación o rechazo por parte de unos seres que parecían “colocados” en una suerte de escenario.
Sin solución de continuidad el decorado se fue transformando: la luz se fue haciendo menos brillante como consecuencia de la conversión de bombillas en bujías ; los asistentes fueron adquiriendo un aspecto aun más envarado y su indumentaria iba siendo sustituida por polisones, casacas y pelucas; el estrado había sido ocupado por un piano, violines y chelos; el bar desapareció engullido por unas cortinas que, descendiendo del techo, se adelantaban y ocultaban un pequeño escenario.
Mientras percibía todo ello el silencio se fue imponiendo sobre el leve ruido de conversaciones y contemplé como mi dama, aquella a quien llevaba esperando aparecía en al sala.
Nunca la había visto, pero intuí que era ella, su porte y el hecho de que todo el auditorio enmudeció a su aparición confirmaron mi sospecha.
Avanzaba hacia mí y todos fueron abriendo un ancho pasillo por el que se deslizaba mas que andaba y su presencia iba ocupando todo el espacio.
Me incorporé y lenta, pero firmemente caminé hacia ella, sus ojos refulgían y eclipsaban las luces que la lámpara emitía; su vestidura, negra hasta los pies, resaltaba sus formas y aproximándome a ella la tomé de la cintura y comenzamos a girar a la vez que desaparecía todo a nuestro alrededor.
La orquesta inició el primer movimiento del “Requiem” de Mozart.
Sobrecogedor. Si el objetivo era un final impactante, el resultado es extraordinario. Llama la atención el contraste que ofrece la minuciosa descripción del ambiente en el salón, cada aspecto escrupulosamente detallado, los personajes como figurantes en la mente del protagonista, que examina su entorno como algo que le resulta totalmente ajeno, como un espectador y por otro lado cómo todo se transforma en un cúmulo de ideas erroneas, dando paso a un desenlace trágico. Es más que una gran metáfora convertida en relato. Clavedesol.
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