Los ojos de Tony Curtis siempre quedaban subcampeones en los concursos de actores atractivos en aquellos torneos incruentos cuyo jurado estaba formado por las chicas que conocíamos. Ya saben, compañeras de clase, novias, hermanas y poco más. Se pusiera como se pusiera el guapo Tony, siempre le ganaba Paul Newman. Y es que Curtis tuvo la mala suerte física de ser una especie de media aritmética entre la mirada color cielo frío de Lancaster y la blandísima caída de ojos azul añil de Troy Donahue y Tab Hunter, que estaban a medio milímetro del icono gay. Luego, ya casi carroza, Curtis se quedó en una especie de zombi con botox y ahí acabó su carrera. Pero la verdad es que todo eso no es más que un racimo de estereotipos, tópicos de los que echamos mano para clasificar a los cadáveres ilustres como si fueran mariposas atravesadas por un alfiler, dentro del expositor.
Como la inmensa mayoría de las estrellas de Hollywood de aquella época, el que fuera marido de Janet Leight llegó hasta la pantalla ─y a los sueños húmedos de las espectadoras─ después de haber sido un chico malo en la calle y un héroe de la libertad durante la Segunda Guerra Mundial. No creo que haya otro famoso actor norteamericano que haya intervenido con papelitos secundarios en tantas obras maestras. Desde El abrazo de la muerte de R. Siodmak a Winchester 73 de Anthony Mann; de Espartaco de S. Kubrick a El último magnate de Elia Kazan.
Curtis pasará a las enciclopedias por su papel trasvestido en la genial Con faldas y a lo loco de Billy Wilder –de su beso a Marilyn Monroe (por necesidades del guión) diría luego que “había sido como besar a Hitler”─ pero yo le recordaré siempre por cuatro películas en las que demostró que en ese asunto mágico de la interpretación era uno de los grandes: Los vikingos , de Richard Fleischer, dándole réplica mucho más que digna a ese monstruo llamado Kirk Douglas ; Trapecio, de Carol Reed, montándose un triángulo en el aire lleno de erotismo con Lancaster y la Lollo; No hagan olas, de Alexander Mackendrick, haciendo de Cary Grant hasta en los gestos más desapercibidos y, muy especialmente, El estrangulador de Boston, también de R. Fleischer, donde daba cuerpo y alma al asesino de ancianas Alberto di Salvo, uno de los más prodigiosos y temibles “serial killers” de la historia del cine. Y de la vida real
Descanse en paz Tony Curtis si es que las ángelas del cielo o las diablesas del infierno se lo permiten.
Ante el reciente fallecimiento de Tony Curtis le pedí a Sergio una semblanza, y de nuevo me sorprende con esa percepción que tiene sobre aquellos mitos que han pasado tan cerca de nosotros.
ResponderEliminarPara mí, Tony Curtis fue un galán, más que un actor de carácter y aparte de su excelente papel en ese film homenaje al travestismo "Con Faldas y a lo Loco" lo recordaba como en una nebulosa en "Los Vikingos" , "Espartaco" y "Trapecio"...pero siempre como antagonista "blando" frente al "duro" de turno.
Pero al recordármelo en "El Estrangulador de Boston" Sergio me ha hecho verlo como bastante más que un "guapo" del "star system".
Gracias, Sergio.
Comparto la semblanza que haces de Tony Curtis.
ResponderEliminar....pero allá donde esté, será difícil que descanse en paz. Saludos.Pilar.